El origen del día de muertos se ha perdido en la memoria colectiva a
través de los años, en parte a la desidia de la gente para transmitir esta
celebración a sus hijos, en parte porque la mentalidad de la gente ha cambiado
al transcurrir el tiempo y también gracias a la globalización que poco ha poco
reemplaza tradiciones milenarias con festividades que no son nuestras.
Según se cuenta antes de la llegada de los españoles los aztecas
creían que al morir sus almas iban a parar al Mictlan, que sería más o menos el
equivalente al cielo cristiano. Este lugar estaba custodiado por el señor de la
muerte Mictlantecuhtli y se supone que en cierta época del año las almas de los
muertos regresaban para convivir con los vivos, durante ese tiempo se armaba
una pachanga tremenda donde se le ofrecía comida a los muertos y se “convivía”
con ellos.
En el siglo XVI llegaron los españoles y bajo el pretexto de inculcarles
a los indígenas la religión católica, buscaron destruir esta y otras
festividades, sin embargo no lo lograron del todo. Como ya se le ha vuelto
costumbre a la iglesia católica, ésta se fusilo la fiesta pagana de los
indígenas y la mezclo con una fiesta que ya tenía: “La fiesta de los fieles
difuntos”.
Y así de la mezcla de las celebraciones indígenas y españolas surge
el día de muertos, o más bien los días de muertos, porque aquí en nuestro país
se dedican 2 días a los difuntos. El primero de noviembre es dedicado a los que
murieron siendo niños y el 2 de noviembre a “todos los santos”
Pero más allá del sentido religioso del que nació la celebración, el
día de muertos ha persistido a lo largo de los años como una tradición que nos
representa como mexicanos: La gran creatividad artística de nuestro pueblo se
deja ver en la elaboración de los altares, en los panes y dulces de azúcar que
representan huesos y cráneos, en las calaveras literarias versadas en forma de
copla y en las obras de grandes artistas como José Guadalupe Posada.
Y no es que los mexicanos no le tengamos miedo a la muerte,
simplemente la vemos como algo natural y a diferencia de otras culturas la
miramos a los ojos y por dos días enteros nos reímos de ella, la hacemos
nuestra igual y la retamos, pero a la vez esto nos sirve para recordar que solo
tenemos una vida, que nuestra naturaleza es frágil y que de un momento a otro
disfrutaremos del idílico sueño de la inexistencia.